sábado, julio 31, 2004

Tlaltizapán, un rincón de Morelos enmarcado por la historia, la cultura y la belleza de sus haciendas:

TLALTIZAPAN, MOR. El estado de Morelos tiene la fortuna de contar con vestigios históricos a lo largo y ancho de su territorio. En la zona sur destaca por sus atractivos históricos el municipio de Tlaltizapán, mismo que colinda con el de Jojutla de Juárez. Entre sus principales atractivos turísticos y culturales destacan las haciendas de San Francisco, San Miguel Treinta, Santa Rosa Treinta, Xochimancas, San Diego Barreto y Acamilpa.

San Francisco Temilpa

La primera hacienda que se puede visitar es la de San Francisco Temilpa, enclavada en el triángulo que forma la carretera que para ir a Las Estacas. Los orígenes de las tierras de esta hacienda se remontan a los primeros años del siglo XVII, a través de una merced otorgada por el Marquesado del Valle.
En la actualidad, del casco no quedan sino ruinas invadidas por construcciones nuevas que sin embargo, nos muestran con claridad la ubicación de los elementos del ingenio, tales como el acueducto que impulsaba el dínamo, la casa habitación con sus dependencias, trojes, corral, carpintería, casa de calderas, fraguas, bagacero, trapiche, planta eléctrica, tienda y el característico chacuaco. Es notable ver la proximidad de los edificios con las nuevas edificaciones, tanto en los patios que se utilizaban como asoleaderos, al sur, como en la zona donde estuvieron las casas de los trabajadores, al norte.

Santa Rosa y San Miguel Treinta

Las haciendas de Santa Rosa y San Miguel Treinta Pesos también son de gran importancia. La primera se encuentra en el poblado de Santa Rosa Treinta. La referencia más antigua que encontramos de este ingenio está en una relación de censos que hace el abogado de Cámara del Marquesado en 1732, donde nombra a José Francisco de Verástegui como poseedor de las haciendas de Santa Rosa o “Treinta Pesos” y Santiago Zacatepec, quizá heredadas del bachiller don Manuel de Verástegui, presbítero, sin descartar la posibilidad de que las fábricas hubieran sido establecidas con anterioridad.
El casco fue seriamente dañado durante la Revolución, encontrándonos con un hecho insólito, pues al producirse un incendio de gran magnitud en uno de los salones, que debió haber sido un purgar, derritió los ladrillos de la bóveda, que aglutinados con el caramelo producido del azúcar quemada, provocaron un efecto de impresionante plasticidad, semejante a las arabescas decoraciones en las bóvedas de la Alahambra de Granada y que, afortunadamente, ha perdurado hasta nuestros días.
Su actual poseedor es don Max Michel Subvervielle, exitoso empresario de la ciudad de México, quien ha adaptado una parte para fines habitacionales, pudiéndose destacar todavía la barda perimetral, el doble cárcamo para las ruedas hidráulicas, varias bodegas y salones con techo de bóveda de cañón corrido y las típicas linternillas, algunos salones de la fábrica, la mayoría ya sin techos. En el paramento de una de estas bodegas se puede apreciar una fecha que dice “año de 1885” (o 1865), pues está un poco dañada. La espléndida capilla, con su fachada almohadillada, que según referencias orales, fue traída, piedra por piedra, desde el Bajío y vuelta a edificar en el sitio que hoy la vemos.
Cuenta con un pequeño atrio que da directamente a la calle que actualmente pasa al norte del casco y con otra puerta lateral que da al patio, ya dentro de la finca. A los lados de ésta podemos advertir tres tumbas, dos de las cuales conservan sus placas que dicen: “Aquí yacen las cenizas de don Agustín Valdovinos, falleció de edad de 75 años-abril de 1850” y la que está al frente de ésta, hacia el norte: “Juan Castresana y García, nació en España y murió en Zacatepec, a los 37 años y 4 meses de edad, 4 de octubre de 1866”, probablemente personajes prominentes en la vida de este ingenio.
Respecto al nombre de la hacienda debemos agregar la tradición que cuenta que se le llamó así por haber sido el precio que se pagó por ella en sus inicios, razón que deseamos justificar si nos referimos a esa antigua disposición que obligaba a que cualquier transacción que superara esa cantidad debía, necesariamente, ser sancionada por las autoridades y, quizá para evitarse ese trámite, se declaró ese precio.
En cuanto a la vecina San Miguel, siempre funcionó como anexa y si hoy la vemos como un casco independiente, su historia va totalmente ligada a Santa Rosa, ya que estuvo dentro de sus terrenos hasta después de la Revolución, que fue cuando se desmembró y pasó a su vez a otros propietarios que también la han adaptado para fines habitacionales, destacándose de lo que queda del ingenio la capilla y los restos de las dependencias, que si no tan importantes como los de Santa Rosa, aún nos dejan ver la magnificencia que tuvo hasta hace unos 90 años.

Acamilpa

Entre Pueblo Nuevo y Temimilcingo se encuentra la Hacienda de Acamilpa. Se puede llegar por la carretera que parte de Zacatepec hacia Tlaltizapán, a unos cinco kilómetros se encuentra la desviación a la izquierda (norte), y pasando Pueblo Nuevo, un poco más adelante, está el casco de esta hacienda, en la parte noroccidental del poblado de Acamilpa.
El origen de las tierras de esta hacienda parece que data de los primeros años del siglo XVII, cuando el cuarto marqués del Valle abrió las puertas al establecimiento de gran cantidad de trapiches, cambiando la política anterior de monopolio por parte del Marquesado y arrendó la mayor parte de sus tierras.
Del casco, hoy día propiedad particular utilizado como casa de recreo, queda todavía en muy buen estado la barda perimetral, con su portón que tiene un arco con elementos decorativos típicos del siglo XIX, al cual se llega pasando un puentecito muy hermoso. A la derecha de la puerta podemos ver un baluarte con aspilleras, remembranza de sus funciones de fortificación.
Los edificios han sido adaptados para casa habitación, y aunque algo modificados, podemos todavía identificar los locales tradicionales: la capilla, el acueducto y los bellísimos jardines que enmarcan esta joya del patrimonio construido de nuestro país.

Xochimancas

Por la carretera que va de Yautepec a Tlaquiltenango, después de pasar Atlihuayán y antes de llegar a Ticumán, a la derecha del camino se encuentran los rastros de lo que fue el ingenio de Xochimancas o Juchimancas.
La Compañía de Jesús había entrado en contacto con los asuntos azucareros desde 1574 en que promovieron pleito contra el estado del Valle por su parte de la herencia de Isabel de Ojeda, la cual había tenido intereses en el ingenio de Axomulco. En 1613, el Colegio de San Pedro y San Pablo obtiene una merced de tres caballerías de tierra (129 hectáreas) del marqués de Guadalcázar y la licencia para fundar el trapiche de Juchimancas el siguiente año.
En los años siguientes, los jesuitas ampliaron sus tierras en Xochimancas, así como sus dotaciones de agua, mediante compras a diversos propietarios, entre ellos Juan de Falces, de tal suerte que entre 1621 y 1634 llegaron a tener casi 12 caballerías (516 hectáreas).
Las tierras de Xochimancas se incorporaron a la hacienda de Atlihuayáan de los Escandón y el casco quedó en el abandono, lo que ocasionó la ruina total que presenta actualmente.

San Diego Barreto

Otra hacienda destacada es la de San Diego Barreto a la que se llega por la carretera que parte de Yautepec hacia Tlaltizapán, después de pasar Ticumán y antes de llegar al poblado de Alejandra, ahí se encuentran las ruinas de este casco.
Dentro de las mercedes que concedió el Marquesado del Valle a principios del siglo XVII, encontramos una otorgada a don Pedro Arias de UIloa, en 1627. Tres años después, don Nicolás Alvarez Barreto establece allí el trapiche que llevaría su nombre y que ya en 1657 comenzaba a tener problemas financieros, pues era embargado por el estado del Valle en virtud de no haber pagado sus correspondientes censos.
Poco queda de este antiguo casco, pues como vemos, dejó de producir hace más de 150 años y sus tierras se repartieron entre los nuevos colonos ítalos y otras se otorgaron a familias de antiguos combatientes, contribuyendo a formar las colonias San Vicente de Juárez, San Pablo Hidalgo y San Rafael Zaragoza, aunque muchos de estos terrenos fueron nuevamente vendidos a poderosos hacendados para reincorporarse a la siembra de caña. Para principios de siglo los edificios ya eran ruinas, por lo que hoy no quedan más que rastros, algunos paredones y desplantes de muros de lo que fue una importante factoría azucarera.

No hay comentarios.: