La muerte de Karol Wojtyla y el doble discurso del clero/y II
Jesús Zavaleta Castro
En el contexto de la muerte de Karol Wojtyla, se hace necesario intentar una aproximación crítica al discurso que el clero católico construye en torno a la muerte.Lo primero que se puede criticar es que la muerte del Papa se convierte en un espectáculo de dimensiones gigantescas. Cobertura y audiencia de los niveles de una serie mundial de béisbol, de una copa mundial de fútbol o de las olimpiadas. La muerte, hecha espectáculo, es un fenómeno no sólo tolerado sino auspiciado por el clero.De hecho, el protagonismo de Wojtyla, y el uso desmedido de los medios electrónicos, en aras de una mayor difusión de su propuesta pastoral, llegaron al límite del escándalo. Las televisoras utilizaron la figura papal como un excelente instrumento publicitario.Los medios difundieron contundentemente un mensaje: el presunto dolor del mundo por la muerte del pontífice. Frases como “el mundo, consternado”; “los católicos del mundo lloran”; “las naciones lamentan”, hablaron del dolor discursivo que el poder eclesiástico ha impuesto siempre a la feligresía, en franca oposición a lo que, en torno a la muerte, postulan las Escrituras.El discurso que, sobre la muerte, se ha atribuido a Jesucristo, es totalmente opuesto al que la iglesia clerical ha impulsado por siglos. En los Evangelios, la muerte es presentada como una liberación, como el mayor de los bienes, como el paso al encuentro con Dios, como la fiesta de cada fiel por su paso a la verdadera vida.Pero el clero, contrariamente, sigue presentando a la muerte como el mayor mal, como el fenómeno de mayor dolor en la existencia, como el acto de resignación ante lo inevitable.Si hubiese congruencia entre los postulados cristianos y la praxis cotidiana de la Iglesia, la muerte de Karol Wojtyla, como la de cualquier otro ser humano, debía constituirse en el festejo por su encuentro con Dios (claro, para quien así quiera creerlo). Y, en lugar del falso luto, la alegría debió permear cada discurso, cada declaración, cada homilía, cada oración, cada rezo.Sin embargo, la hipocresía de los poderosos clérigos que deciden la suerte de la Iglesia quedó demostrada en sus rostros sonrientes al recibir a los detentadores de otros poderes (el civil y el económico), en las personas de jefes de estado y la nobleza mundial.Con qué solicitud y cuán sonrientes recibieron cardenales y obispos a George Bush o a Juan Carlos de Borbón, por mencionar sólo dos casos, entre el doble centenar de poderosos que asistieron al funeral-espectáculo pontificio.En este mismo sentido, hasta la muerte se convierte en un fenómeno de distinción: cuando algunos fieles, en una actitud de franco fanatismo, esperaban casi 24 horas para ver el cadáver de Wojtyla, a los poderosos de la política y del dinero no les implicaba sino unos minutos estar en primera fila, con sillas y reclinatorios de los que carecían los simples mortales. ¿Esa es la igualdad que proclama la Iglesia?En su discurso del respeto a la vida y a la muerte digna, el clero católico usufructuó hasta el último aliento (en medio de todos sus sufrimientos corporales) de Karol Wojtyla, vendió como la mejor empresa publicitaria la imagen de su cadáver (ostentosamente vestido), y consiguió la manipulación mundial de los fieles dolientes por el pontífice.La Iglesia Católica del mundo debe estar alegre y no apesadumbrada por la muerte del pontífice. Pero la felicidad por la muerte no vende. El dolor reditúa más de lo que podemos imaginar. Incongruencia e irreflexión son las características de una feligresía fanatizada que no ha asumido el discurso liberador del cristianismo.
martes, abril 19, 2005
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